Mi agresor: economista del Colmex, empleado de Banxico y la persona a la que más he querido…

Pau Bouchot
16 min readApr 15, 2020

--

Aclaración inicial. Esto no es un texto basado en el odio. Mi testimonio, un cachito o resumen de la historia completa, representa un ejercicio de amor propio y el proceso que me debía desde hace mucho tiempo: romper mi propio silencio.

Hablar de Alejandro Trujillo* (AT, por las siglas de su nombre) representa hablar desde el dolor y la experiencia que marcó los últimos años de mi vida. Mencionarlo siempre implica valentía y una combinación de sentimientos que — a pesar del tiempo, la terapia, las lágrimas y el compromiso conmigo misma — aún no alcanzo a entender bien. Mis amores pasados, aunque poquititos, han sido intensos y, desafortunadamente, agresores he tenido más… pero aún así, ninguno se compara con la persona en la que me baso para escribir este texto: AT ha sido lo más fuerte de ambos grupos de hombres, pues nunca he querido tanto a alguien y nunca me he llegado a sentir tan violentada como lo hice a su lado. Esa es la razón de la huella tan grande que dejó en mí.

La historia es muy larga, así que de inicio me disculpo si esto termina siendo muy extenso. Más de una vez he pensado en escribir una novela porque suficiente material y drama hay; pero, para eso, primero es necesario tomar el valor de contar mi historia como mujer que fue víctima de una persona que, a primera vista, parecía ser el hombre más amable, lindo y chistoso de todo el mundo. La decisión de romper mi silencio viene también de ahí… No solamente porque me lo debo a mí misma, sino también por el compromiso que tengo con mis hermanas de lucha: advertirnos, protegernos y cuidarnos. El macho y agresor no siempre es un hombre que parece malvado y agresivo; el macho y agresor también puede ser el de la sonrisa bonita, el hombre que entiende de problemas de género, el que usa lenguaje inclusivo y que es amable y “cuidadoso” con toda persona que lo rodea.

AT llegó a mi vida en 2017 y desde ahí significó el primero de muchos parteaguas: nunca había sentido la necesidad y las ganas tan intensas de conocer a alguien solamente por el presentimiento de que me caería increíble y de que sería especial en mi vida. Quienes me conocen saben que soy sociable, pero que nunca siento el impulso de tratar a las personas así de la nada y saben también que mucho menos soy de las que se fija en alguien (con atracción romántica) fácilmente. Para este entonces, a mis 19, me habían gustado tres personas en total y dos fueron mis novios (otros agresores, por cierto), pero el común denominador de todos ellos era que ya los conocía de tiempo y que, de repente, por una u otra razón me empezaron a gustar. AT no, con él fue algo instantáneo, como si las señales sí existieran, como si un impulso enorme me estuviera controlando y deseara conocer todo sobre él. Entonces, contrario a todo lo que habían significado mis experiencias anteriores con hombres, el 19 de septiembre de ese año me animé a hablarle para poder conocerlo y que dejara de ser solamente “el chavo de maestría que me parecía guapo e interesante”. Debido a que mi primer acercamiento sucedió durante la evacuación del temblor, antes decía que lo único bueno que el 19S había traído a mi vida había sido él, pero ahora, viendo hacia atrás, más bien creo que fue el daño personal que sufrí más intensamente.

Para no hacerlo tan largo, voy a resumir varios meses diciendo que nos hicimos amigos casi instantáneamente. No pasó nada romántico porque yo no quería forzar nada, pero sin duda alguna, la conexión era muy fuerte: nos reíamos de todo; teníamos chistes locales tontísimos que nos podían hacer pasar horas carcajeándonos; nos tomamos una confianza enorme; nos escuchábamos y apoyábamos tanto como fuera necesario y, con el tiempo, nuestra compañía se volvió el lugar más seguro y cálido… estar con él se sentía como pararse ante un rayito de sol después de haber pasado tiempo bajo la sombra de un edificio. De repente, nos acostumbramos a hacer todo juntos; a comer, estudiar, jugar, ir al banco, descansar, viajar y hasta compartir las noches enredados en un abrazo para al otro día volver a empezar así: juntos. Claramente, después de varios meses, empecé a notar que nuestra amistad era peculiar… Sí, sí tengo muchos amigos y les tengo un profundo cariño, pero con ninguno se me ha antojado pasar las noches abrazados. Sin embargo, a pesar de que fuera “raro”, con AT era fácil; no lo acordábamos, no era algo que estuviera totalmente planeado, sólo hacíamos que pasara y ambos nos sentíamos a gusto.

Así duramos bastante tiempo, hasta que hablar sobre nuestra peculiar relación se volvió inevitable. A mí esta idea me aterraba y me hacía formar cientos de escenarios negativos en mi mente… ¿Qué iba a pasar si le decía lo que sentía y sólo resultaba unilateral? ¿Qué tal que terminaba perdiendo hasta su amistad? ¿Qué tal que me tomaba de a loca? Si me preguntan, creo que el miedo de perder a alguien que quieres es de lo peor. Yo sabía, a priori, que él era malo hablando de sus sentimientos y, por lo tanto, todo se volvía más peligroso… me sentía muy insegura, pero, más tarde que temprano, tuvo que pasar. Después de una reunión a la que se suponía que íbamos juntos, AT me rogó que durmiera con él en su casa y yo cedí a pesar de que, debido a que lo vi ligar con otra persona, me había sentido mal durante toda la noche. Ya acostados, a las 3 am, me despertó para pedirme perdón y yo, sin entender qué pasaba, no podía dejar de escuchar a mi mente formular preguntas como ¿por qué quiere dormir conmigo, pero liga con alguien más? ¿por qué quiere mi compañía, pero le da su atención a otra y luego regresa conmigo? ¿por qué después de besarse con ella me pide perdón? ¿por qué, si no somos nada, me está pidiendo perdón? Sí me duele mucho, pero ¿por qué lo hace? ¿él está consciente del daño?. Entonces, ocurrió, le pregunté qué pasaba entre nosotros y tuvimos, quizá, la plática más honesta de nuestra relación. Nos contamos lo que sentíamos, todo resultó más mutuo de lo que yo creía y, aunque fue muy largo, lo más importante que salió de ahí fue la conclusión de que nos queríamos muchísimo y no nos queríamos perder. AT, entre muchas otras, dijo dos cosas que nunca voy a olvidar:

  1. No entiendo muy bien lo que pasa, sólo sé que me encanta hacerte feliz y que quiero seguir haciéndolo
  2. Soy muy malo en las relaciones. Siempre, por algo, salen mal. Pero soy muy bueno en las amistades. No te quiero lastimar, no quiero que salga mal contigo y, entonces, lo mejor que puedo ofrecerte es mi amistad.

Aunque el shock fue doloroso, no fue tan malo al principio. Y, aunque yo sí estaba dispuesta a intentar una relación romántica más formal, no estaba molesta con tener sólo una amistad, pues lo que realmente me importaba era continuar con su presencia en mi vida. Hicimos el compromiso de cuidarnos, de contarnos si, en algún punto, alguno llegaba a salir con otra persona (porque considerábamos que, en ese caso, no estaría bien seguir durmiendo juntos), de cuidar “nuestra plantita de la amistad” y de siempre ser honestos con el otro. Parecía un buen plan…seguiríamos con nuestra cómoda compañía y nos cuidaríamos para que nada saliera mal. Yo lo quería tanto que no alcancé a notar lo peligroso de su discurso… ¿Quién puede llegar a creer que sus relaciones amorosas salen mal por alguna extraña y exógena razón? Él lo decía como si una bruja malvada le hubiera puesto un hechizo, pero no se daba cuenta de que su egoísmo y falta de responsabilidad afectiva eran los verdaderos culpables. AT, al final, dejó de hacerme feliz y terminó rompiéndome de mil maneras, no sólo románticamente, sino también como amigo.

El daño físico:

Para este punto, después de haberme relacionado tanto con AT, de haber hablado sobre “nosotros” y de tener las cosas “claras” yo ya sabía que, a pesar de que estuviéramos tan acostumbrados a pasar las noches juntos, quedarme con él después de una fiesta era pésima idea. En cada evento, él ligaba con alguien y yo sentía que no tenía ningún derecho a sentir feo… siempre me decía a mí misma lo mismo: ¿por qué te duele tanto si ya sabes que no son nada? Él puede hacer lo que quiera y tú también. Y pues sí, eso era cierto, pero me parecía humillante dormir abrazándolo después de que se hubiera dado a quién sabe qué persona minutos antes. Entonces, después de cada fiesta yo regresaba a mi casa…. A excepción de una sola vez: la fiesta de Halloween de 2018. El día de ese festejo coincidió con el mismo en el que mi hermano mayor se mudó de país y el resto de mi familia acordó que pasarían la noche en mi departamento. Entonces, yo decidí que no tenía caso regresar del Ajusco a la Del Valle, tan noche, para terminar durmiendo en el sillón. Por lo tanto, le pedí asilo a AT, el host del evento. Durante toda la fiesta, yo estuve consciente de que él estaba ligando y dándose a alguien… dolía, pero ya estaba acostumbrada y no pasaba nada. Para cuando terminó y casi todos se fueron, había un montón de personas durmiendo en esa casa y, específicamente, en el cuarto de AT, estaban su mejor amigo y la mujer con la que había estado durante la fiesta; entonces, obviamente, a pesar de que él lo pidió, me negué a subir y quedarme en esa cama. AT, como siempre, lindo y cariñoso conmigo, dijo que bueno, que si yo no subía, entonces, al menos me haría compañía en el sillón. Se acostó, me abrazó y yo, bien enamorada e ingenua, pensé: wow, arriba está la persona con la que ligó y, sin embargo, sin pedírselo, se quedará aquí conmigo. No tenía ni idea de que lo peor estaba por venir… Me quedé dormida y, de ahí, mi siguiente recuerdo es tenerlo a él encima de mí, haciendo movimientos horribles como si fuera un robot programado únicamente para coger. Puedo recordar perfectamente su peso encima de mi cuerpo, sus manos apretando mis muñecas, su voz diciendo una y otra vez mi nombre, sus ojos cerrados y la intensa forma en la que ignoró todas y cada una de las veces que grité “NO”. Ninguno de mis gritos ni de mis esfuerzos para quitarlo de mi cuerpo bastaron. Parecía que estaba ido, que no me escuchaba, que no entendía, que de verdad no era capaz de hacer otra cosa que seguir con movimientos sexuales. Pero no, no estaba inconsciente. De repente, un ruido en las escaleras se escuchó, alguien venía bajando y entonces, instantáneamente, AT me volteó, me abrazó y se hizo el dormido. Yo estaba en shock. Su amigo llegó a despertarlo, se levantó, lo acompañó a la puerta, subió, volvió a bajar, me cubrió con una cobija y subió de nuevo a su cuarto. Yo, hasta este punto, me permití abrir los ojos, no podía dejar de temblar del miedo… no entendía qué pasaba y no sabía qué hacer, no podía dejar de pensar qué hubiera pasado si ese alguien no hubiera bajado las escaleras. No encontraba mi celular, así que tomé valor y subí para ver si él lo tenía y para enfrentarlo, pero para cuando abrí la puerta del cuarto, ya estaba acostado con la mujer de la fiesta y yo me volví a quedar congelada. Fui incapaz de hacer algo, regresé al sillón en el que pasó todo, encontré mi celular en el piso y, después de llorar muchos minutos, me volví a quedar dormida. Nunca voy a olvidar como AT, a las 8 am, bajó con su mejor amigo y le dijo: miraaa, vamos a despertar a Pau, ella es una “morning person”, va a estar de buenas, vas a ver. Yo ya estaba despierta y escuché todo… aún no puedo creer cómo, después de intentar abusar sexualmente de una persona, fue a despertarla con el descaro de esperar que, como siempre, ella amaneciera sonriendo. En ese momento, yo tenía sentimientos que nunca había experimentado… pero ninguno era alegre. De hecho, es muy probable que esa haya sido la vez en la que más destrozada haya despertado.

El daño emocional:

Tengo muy claro cuándo, dónde y cómo ocurrió el físico: sí, madrugada del 27 de octubre de 2018, en Huehuetán #338, AT estuvo a punto de forzarme a tener una relación sexual sin mi consentimiento, me tocó y me forzó, pero alguien muy a tiempo bajó las escaleras. Todo eso lo sé, pero el daño emocional es más confuso… fue un proceso continuo, tuvo altibajos, fue lento, pero constante y, de repente, se volvió insoportable. Empezando por el daño más costoso a largo plazo, puedo decir que mi relación con AT creó y aumentó muchas de mis inseguridades. Todo el tiempo, a pesar de las incontables veces que dijo que me admiraba, me hizo sentir insuficiente. Insuficiente para que él se atreviera a quererme bien; insuficiente para que me hiciera caso para algo más serio; insuficiente para que decidiéramos, de forma consensuada, tener relaciones sexuales que no fueran forzadas; insuficiente para que él fuera más responsable emocionalmente; insuficiente para que, después de lo que pasó en esa fiesta, se plantara de frente y me pidiera perdón sin la excusa de que “ese día no podía hablar porque tenía que lavar ropa”; insuficiente para que cuidara una relación que era de ambos, insuficiente para que fuera sincero conmigo y cuidara nuestro trato inicial cuando empezó a salir con alguien más. AT siempre me hizo sentir insuficiente… siempre me hizo sentir que el problema era yo. Que no era lo suficientemente bonita o inteligente, que mi cariño no era suficiente, que el suyo hacia mí tampoco lo era… Que había muchísimo y era enorme, pero no suficiente. La relación que sostuve con él me metió muchas ideas, pero una constante siempre fue que, sin importar qué tan linda, amable, buena onda y empática fuera y sin importar lo bien que le cayera a alguien…no iba a ser suficiente para que las personas a las que yo quiero me quisieran bien. Y esas inseguridades se vieron reflejadas en todo, en mis otras relaciones (de cualquier tipo) e, incluso, en mi vida académica. Es real, llegué a dudar de cada paso que di.

Por otra parte, AT me hizo un daño emocional terrible cuando me quitó cualquier poder, pequeño o grande, de decisión. Yo nunca pude hacerlo. Él decidió, desde antes, que si llegábamos a formar un noviazgo, me haría daño. Decidió que yo sostendría la relación porque, sin importar cuántas veces me fallara, sabía que yo seguiría ahí para él, rifándome por ambos. Decidió echarme en cara que, si nuestra relación estaba deteriorada, era porque “yo esperaba mucho de él”… como si él no tuviera la capacidad de aceptar responsabilidades. Me hizo sentir, millones de veces, que mis sentimientos eran los que estaban mal, que yo era demasiado intensa, que yo quería de forma muy extrema, que yo era la que debía cambiar si queríamos conservar nuestra amistad. Y entonces, eso intentaba, después de que en mi cumpleaños 21 lloramos durante horas por no saber cómo solucionar todo lo que ya estaba mal y por no saber cómo mantener algo que ya había hecho mucho daño, yo me cargué a los hombros una relación de dos y, entonces, perdoné y perdoné porque sentía que nuestra conexión tan especial debía ser aprovechada, que lo nuestro no podía terminar mal.

Ahora que volteó hacia atrás, no puedo creer cuánto le lloré, cuánto aguanté y cuánto perdoné con la excusa de que había mucho cariño de por medio, de que él no era malo y de que todos merecemos segundas oportunidades. Pero lo peor que AT me dejó, sin duda alguna, fue el enojo, la vergüenza y la frustración que sentí conmigo misma durante tanto tiempo… Me tardé mucho tiempo en atreverme a contar la historia de la fiesta de halloween simplemente porque me daba muchísima pena aceptar que lo había perdonado y que, más allá de eso, había seguido sosteniendo una relación con él. Relación que, además, me ponía triste continuamente. Por mucho tiempo me reproché que fui capaz de quererlo más a él que a mí misma. Me daba vergüenza pensar en esto, yo solita me juzgaba y no podía pensar en contarlo porque me aterraba la idea de decepcionar a aquellos que me estiman.

Sí, lo que más tiempo me mantuvo enojada conmigo misma, lo que más me costó perdonar, no fue todo lo que él hizo, sino todo lo que yo permití. Pero, afortunadamente, aprendí y entendí que las relaciones de poder existen y que, cuando estamos metidas en relaciones violentas, es muy difícil salir de ellas. Lo que me salvó fue, en inicio, ir a terapia para poder entender que estaba bien atascadita en un lugar (hombre) violento y, de ahí, la única solución fue el amor propio; ese me permitió enfrentar a AT, resignificar la relación que teníamos, entender el dolor desde mi lugar y no reprochármelo, sino, más bien, abrazarlo y decidir cambiarlo.

A mediados del año pasado, después de dejarnos de hablar durante un tiempo y de mi decisión consciente de alejarme, AT y yo comenzamos una amistad distinta. Ya no hablábamos todo el día todos los días, ya no nos contábamos todo, ya no nos invitábamos a cada plan que teníamos. Cambiamos y estuvo bien porque, por fin, parecía que podíamos tener una amistad “normal”. Sin embargo, en septiembre, durante una fiesta, comenzamos a platicar y dijo que me extrañaba; y sí, yo también lo hacía porque todo había cambiado muy drásticamente, pero, para este punto, yo pensaba que ambos entendíamos que lo mejor había sido alejarnos. Llevaba meses en terapia y sabía que me encontraba mejor; verlo ya no dolía; me sentía más tranquila; había resignificado mis procesos; me quería más, me respetaba más y hasta estaba empezando a fijarme en otras personas. Pero la conversación seguía en un tono que me confundió demasiado. Recuerdo, incluso, que me preguntó por qué no le había contado que había empezado a salir con alguien y, aunque todo era muy “de broma” yo sentía esos chistes como reproches; como si él creyera que seguía teniendo una responsabilidad ahí. Y, entonces, aquí vino lo que mis amigos denominaron como “mi catarsis”. Bajamos a platicar y algo se apropió de mí. Yo nunca planeé ni decidí decirle a AT todo el proceso doloroso por el que había pasado, pero en ese momento, mientras lloraba como nunca antes, empecé a sacar todas mis emociones como vómito verbal. Recuerdo perfectamente hablar de todos mis extremos sentimentales, desde el enojo y odio que sentía por lo que me hizo, hasta el “amor” tan intenso que llegué a sentir. Nunca me había aceptado gritar que, de no haber tenido ese ruido en las escalera, él me hubiera violado y tampoco me había permitido decirle cuánto realmente lo quise, lo enamorada que estaba y el miedo que me daba no volver a sentir de una forma bonita y reconfortante. Nunca le había reclamado cómo derrumbó mi autoestima, mucho menos le había mencionado cuánto me costó perdonarme a mí misma y cómo era el pánico que había sembrado en mí, pues, de verdad, llegué a pensar que nunca nadie más me querría sin hacerme daño. Lloré, lloré y lloré. Le grité todo. No podía dejar de formular frases dolorosas, pero sinceras. Y él sólo estaba ahí, sentado a un lado, con las piernas dobladas y la cabeza agachada con las manos sobre ella. Le pregunté que si estaba loca, que si todo me lo había imaginado o que qué había pasado… él sólo me dijo que no, que él había sido demasiado cobarde. Así acabó la historia. En ningún momento me enorgullecí de la forma final en la que expresé mi dolor; no era algo que esperaba, jamás lo planeé y hasta la fecha no entiendo qué me impulsó a hacerlo, pero quizá era lo necesario para cerrar. Tal vez, si no hubiera pasado, hubiéramos seguido “construyendo” una amistad que, en realidad, no existía. Me tardé mucho en ponerle fin a esa relación, pero pude salir de ahí, pude llegar a quererme más de lo que lo quise a él.

Cuento esta historia — al fin — porque con el paso del tiempo entendí algo: los agresores y la violencia no sólo existen en las calles; a veces, donde más peligro corremos es en nuestras propias relaciones afectivas, con nuestra familia, nuestros amigos y parejas sentimentales. Y, más allá de esto, también comprendí que el hombre que violenta no sólo tiene un rostro; no siempre necesita parecer agresivo, con mala cara, etcétera… En mi caso, el mayor daño vino por parte de un hombre que era lindo, carismático, educado y chistosísimo. Vino por parte de alguien que, la primera vez que se abrió emocionalmente conmigo, dijo querer hacerme feliz. Vino por parte de alguien que me abrazaba de la forma más cálida y que me hacía reír por horas. Pero no sólo eso, vino por parte de alguien que se definía a sí mismo (al menos hasta donde yo me quedé) como “aliado” de nosotras las mujeres feministas. Y eso me hizo comprender que este tipo de macho — el aliado — es más peligroso porque resulta confuso; le entregas tu confianza y no es claro en qué momento algo va a pasar… se puede volver un lugar seguro cuando, en realidad, no lo es. Pienso, por ejemplo, en el día que en El Colmex fue el #AquíTambiénPasa; el abuso sexual que tuvo AT hacia mí tenía pocas semanas y ya habíamos acordado que estaba perdonado y que quería volver a confiar en él, pero ese día, durante una llamada en la noche, me dijo que no había encontrado su cartel y que estaba seguro de que yo me iba a animar a poner uno. Me tardé mucho en entenderlo, pero ahora parece muy claro: AT siempre supo lo que había hecho, supo perfectamente el daño, pero yo lo encubrí y él siempre lo aprovechó. Tuvo que pasar año y medio desde esa fiesta para que yo alzara la voz, tuve que ir a terapia, perdonarme y sanar para contar mi historia, para decir que, quizá, el daño emocional fue muchísimo peor que el físico (aunque aún tenga pesadillas recordando su peso entero recargado en mi cuerpo). Pero aquí estoy y de verdad creo que más vale tarde que nunca. No le deseo a nadie tener que volver a ver su agresor en una fiesta y convivir con él como si nada. No le deseo a ninguna mujer el miedo de que la vean como “la intensa enamorada que siempre vivió en la friendzone”. Nuestras historias son mucho más de lo que a veces nos atrevemos a contar y nuestro dolor es tan válido como cualquier otro.

De la relación violenta que viví aprendí mucho. Hoy soy alguien que se respeta y se quiere por sobre todas las cosas y que comprende mejor sus sentimientos porque está dispuesta a escucharlos. El enfrentar el dolor que AT dejó significó, también, darle la cara a los procesos horribles que había vivido con otros hombres y, aunque estoy muy orgullosa de mí misma, nunca voy a caer en la tentación de “agradecer lo malo porque trajo algo bueno”. Tanto sufrimiento era innecesario, tantas inseguridades me sobrepasaron y tantos momentos tristes no hacían falta. No voy a agradecer nunca el haber crecido emocionalmente debido a que alguien me hizo daño. Pero sí agradezco a las personas que nunca me dejaron sola, a quienes me apoyaron y acompañaron mientras resistí. Me tomó años, pero ahora sé que el amor no duele ni violenta y entendí que, principalmente, el más bonito, honesto y constante es el que nos debemos tener a nosotras mismas.

No estoy sola. No estamos solas.

*A casi un año de haber publicado este testimonio, edito este texto para poner el nombre al que las siglas se referían.

--

--